TUNUARY Y CRISTIAN CHÁVEZ

Área protegida del cerro del «Quemado»  lugar sagrado para la cultura wixárika
Foto: FOTO ARTURO CAMPOS CEDILLO

Es ya de conocimiento amplio entre la sociedad civil nacional e internacional, las diferentes instancias de gobierno, académicos de diferentes disciplinas, pueblos indígenas de México, Estados Unidos y Canadá, el proyecto minero de la trasnacional canadiense First Majestic Silver que pretende reactivar la extracción masiva de plata en la Sierra de Catorce, en el norte del estado de San Luís Potosí, uno de los principales centros de oración indígena del planeta Wirikuta.

Se pueden identificar claramente tres realidades que convergen en este problema, la de los campesinos mestizos que habitan Wirikuta, la de el pueblo wixárika y la de los intereses mineros en la zona. En esta entrega queremos referirnos a una de ella, a la realidad campesina de la zona.

Los campesinos habitantes de Wirikuta han vivido ya largas décadas de pobreza y miseria derivadas del abandono al altiplano potosino por parte del gobierno estatal y federal, generando condiciones que hacen imposible la supervivencia en la zona por la falta de un dinamismo económico justo, propiciando uno de los puntos con más altos índices de migración en todo el país, obligando a la fragmentación de las familias lugareñas para que los hijos, apenas alcancen una edad laboral, puedan irse a Monterrey o a Estados Unidos a trabajar en las fábricas, en la construcción y en el caso de las mujeres, en el trabajo doméstico y más recientemente en las maquiladoras.

Es esta la situación en que una parte de los habitantes del semidesierto potosino expresan una opinión positiva hacia la entrada del proyecto minero, pues “el dolor de tener a los hijos lejos de casa es muy grande, mejor que trabajen en la mina”.

Hoy, el estado mexicano hace una oferta criminal a la gente del desierto, en la que les ofrece un empleo a cambio de contaminar y desecar sus aguas, sus hijos, sus nietos y todo el entorno, y esto no es siquiera una posibilidad, es una lamentable realidad resultante de la minería química. Estudios realizados en diciembre de 2010 en un laboratorio de la Universidad de Guadalajara demuestran la presencia de metales pesados como antimonio, arsénico, plomo, aluminio, entre otros, prácticamente en toda la cadena alimenticia, en las personas, en agua, en los polvos, en vacas, chivos, en el tejido vegetal como tunas, mezquites, e incluso en el mismo peyote.

“Es algo que sólo se le hace a un animal, no a un ser humano, a un perro le puedes dar cualquier agua, cualquier basura, eso siempre y cuando cuide la casa o sirva de algo, no a una persona” cuenta un habitante de Real de Catorce al comparar la oferta que ahora hace la empresa minera a la gente, en donde pareciera esa vieja pregunta que dice “¿entonces qué, plata o plomo?” aunque en este caso el plomo ya está.

La realidad de pobreza extrema en la región es incluso más compleja que el solo abandono del Estado, sino que es paradigmático que la principal causa de miseria fue causada hace cien años por las mismas empresas mineras y que sus consecuencias siguen siendo el causante del hambre.

Para aclarar lo anterior, en un ecosistema semidesértico con vegetación xerófila y resetófila, en donde crecen sólo especies adaptadas a climas secos, la presencia de lluvia es la posibilidad de subsistir, si hay lluvias, hay cosecha de maíz, hay agua en el subsuelo y en los pocos manantiales que resurgen, hay hierva para las chivas, aumentando con ello el peso y por consecuencia el precio de un animal; por lo tanto en la ausencia de lluvia la calidad de vida de los campesinos del desierto disminuye al grado de hacerse insostenible, contribuyendo de manera radical en los índices de migración que se presentan en la zona. ¿Pero qué tiene que ver esto con la actividad minera en la zona?

La deforestación, el sobrepastoreo y el crecimiento de la población vinculados al auge minero de Real de Catorce a finales de 1800 y a principios de 1900, trajeron consigo una drástica modificación del paisaje vegetal de la sierra, especialmente en las montañas que rodean el pueblo de Real de Catorce. Las reseñas geohistóricas de Montejano (1993) permiten conocer con certeza cómo era la vegetación circundante. Así antes del comienzo de la explotación minera, en 1775, la Sierra de Catorce estaba casi deshabitada y cubierta de frondosos bosques, los cuales abastecieron de forma próspera y abundante a las haciendas y minas que se desarrollaron en la zona. Transcurridos 50 años, alrededor de 1825, “no quedaba ni un árbol, ni un matorral”.

Por esa época ya no había madera ni en Real ni en Matehuala para abastecer a las minas. Así para 1827, ya se decía que Real estaba situado en un terreno tan desigual como árido, limitado por las cimas de cerros desnudos, situación que prevalece en la actualidad. (Gonzalez, et al. 2007)

Fue así que los impactos de las empresas mineras provocaron la deforestación de prácticamente el 45 por ciento de la superficie total de la Sierra de Catorce, alterándose con esto el ciclo climático natural de toda la región e impactando directamente en las condiciones de precipitación media anual de la región. De acuerdo al testimonio de ancianos locales, “una vez deforestada la sierra por la actividad minera, las lluvias en toda la región disminuyeron drásticamente” hasta que actualmente el promedio oscila entre 340 y 380 milímetros anuales.

Esta situación tiene una razón física lógica, pues los microclimas generados por las condiciones de los ecosistemas en los bosques de encino, álamo y pino propician condiciones climáticas que aportan a la precipitación de las nubes, mientras que las zonas deforestadas aumentan la tasa de evapotranspiración así como el calor generalizado que se refleja de la Tierra a la atmósfera aportando más factores que contribuyen a la disminución en los eventos de lluvia.

La disminución en el régimen de lluvia como consecuencia de la deforestación de la Sierra de Catorce tuvo un impacto sinérgico en la región, pues no sólo fueron los árboles caídos, sino al haber menos agua disponible las poblaciones humanas presentes comenzaron a sustituir vacas por chivas, generándose y arraigándose prácticas de pastoreo extensivo que comenzó a generar importantes impactos negativos en los procesos erosivos de la zona, así como en la capacidad de regeneración natural de especies como el nopal rastrero o el mismo peyote, aumentando un proceso masivo de desertificación regional, condiciones de sequía más agudas y una menor cantidad de agua en el subsuelo, pues la capacidad de infiltración en las partes altas de la sierra se ve menguada por la ausencia de vegetación que amortigüe la caída de agua, aporte materia orgánica al suelo y evite la erosión del mismo.

La falta de lluvia en Wirikuta se ha vuelto más aguda desde la invasión de las agroempresas de jitomate que hallaron en el desierto superficies planas y aguas profundas para sus cultivos, avientan cohetes al cielo para dispersar las nubes a fin de que la lluvia no los perjudique, pero la lluvia no sólo deja de caer sobre el jitomate; tampoco riega el maíz, sustento de los pueblos antiguos. Al no cosechar maíz la gente no tiene otra opción que migrar.

Así es que la actividad minera de hace 100 años generó millones de pesos para los adinerados caciques que explotaron las minas bajo el cobijo de Porfirio Díaz y a los campesinos les quedó la miseria, la desecación y la contaminación.

tunuaryycristian@yahoo.com.mx

http://www.lajornadajalisco.com.mx/2011/01/29/index.php?section=opinion&article=009a1pol