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20 de abril de 2013 Número 67
Directora General: CARMEN LIRA SAADE |
![]() FOTO: Arturo Alfaro Galán |
Andrés Juárez
El extractivismo en México no es una novedad y el pretexto desarrollista como canto de sirenas para las clases políticas y sociales tampoco lo es. Las variantes están en el discurso, en el uso ambiguo de palabras como progreso, desarrollo, crecimiento, bienestar, sustentabilidad, crisis, discurso usado para justificar que en la división internacional del trabajo el país siga siendo, como ha sido desde la Colonia, un botín de materias primas para el crecimiento industrial de Europa y Estados Unidos y nada más.
Mientras los avatares del discurso desarrollista han variado, el resultado del proceso no tanto: hay poca diferencia entre un mercader alemán del siglo XVII, dueño de la deuda de la Corona Española, cobrándose con los minerales de América Latina, y un corporativo trasnacional del siglo XXI cobrando favores mediante concesiones mineras a los gobiernos impuestos por el capital privado, pero eso sí, siempre en pos del progreso y bienestar del pueblo.
Lo novedoso en la era neoliberal es la virulencia y ferocidad de la expansión del extractivismo. Por ejemplo, durante la Colonia se extrajo la mitad del oro del que se ha extraído en los diez años recientes de neocolonia. Además, actualmente México es el segundo extractor mundial de fluorita, plata y bismuto, esenciales en la producción industrial de fármacos y aleaciones metálicas, entre otros usos, y figura de manera destacada en la exportación de cobre, plata, zinc, fluorita, yeso y manganeso a Estados Unidos.
Los centros de producción de verdades hegemónicas han variado. En el siglo XVII la Corte determinaba, producía y divulgaba lo que debía ser el comportamiento, la decencia, el tipo de consumo y las aspiraciones sociales. Las cortesías, la forma de amar, de comer, de vestir… El impacto de las cortes en la difusión del discurso desarrollista era insignificante junto al actual aparato propagandístico de los neocolonizadores: la televisión, el cine y el internet.
Durante la Colonia se exportaban materias primas y se importaban manufacturas para la oligarquía. Ahora se continúa exportando materias primas para la industria inmobiliaria y electrónica de Estados Unidos y Europa, e importando manufacturas, alimentos industriales y vestido, para una clase media dominada por el aparato propagandístico y engordada para servir de alimento al propio sistema.
Globalización del bien, localización del mal. El neocolonialismo extrae no sólo materias primas, sino que se apropia de territorios, culturas y funciones ecosistémicas (cuando un ecosistema deja de funcionar por externalidades negativas de la minería, el costo de esa degradación es una plusvalía al bien extraído) y por vía de la transferencia asimétrica de bienes y servicios ambientales de unos sectores de la sociedad a otros. La acumulación de riqueza de las élites por desposesión de los dueños de los recursos naturales. Mientras cinco familias mineras mexicanas entran a la lista de los multimillonarios del mundo, cinco millones de mexicanos se suman a la cifra de pobreza extrema en el país. Mientras se extraen materias primas que benefician a trasnacionales, en las comunidades locales se introduce la contaminación del agua, la degradación del suelo, la división social y ruptura de las instituciones comunitarias, la destrucción de los flujos y funciones de los ecosistemas, el encono y enfrentamiento entre los pueblos y los gobiernos y su efecto inminente en la paz, la justicia y el respeto a los derechos humanos.
La neocolonialidad atraviesa por el discurso del terror. La guerra, el acecho de la violencia, la deuda externa, el terrorismo de Estado, la crisis económica y el desempleo que nos amenazan constantemente. Este petate del muerto nos lleva a aceptar que se requiere mayor industrialización del mundo, en crecimiento con forma de espiral; a justificar la expansión del extractivismo con la seducción de las inversiones; a permitir la precarización del empleo urbano, pero sobre todo del rural; a ignorar y a tolerar la intensificación de la liberación comercial y desregulación, sin dimensionar ni prevenir los costos de los conflictos socioambientales que se generan.
Los gobiernos se niegan a ver y fomentar la reproducción de modelos de progreso y bienestar que no están fundamentados en el consumo, ni fomentados por las inversiones externas, ni anclados en la fantasía de la felicidad individual. En cambio, se enamoran ciegamente de propuestas externas. En la era neoliberal se ha puesto una mesa con vajilla de plata para los inversores internacionales; así, en el país el costo por hectárea concesionada para extracción minera es de 65 pesos –en cualquier otro país del mundo se cobra por cada tipo de material extraído y por porcentaje de la producción–, las concesiones son a largo plazo y no se obliga a los concesionarios a internalizar el costo del deterioro socioambiental.
En un Estado controlado por las élites económicas, que no ha sido capaz de fomentar el ahorro rural ni de anclar a los migrantes ni de hacer que regresen los cerebros y la mano de obra a las comunidades, la seducción del dinero contante y sonante en la mayoría de los territorios locales resulta irresistible. El resultado es que actualmente el 25 por ciento del territorio nacional está concesionado y las pocas resistencias están siendo aplastadas atrás del reflector de los medios de comunicación y de la sociedad civil.
Desde esta óptica, el neocolonialismo minero es una serie de políticas que permite a las potencias centrales apropiarse de procesos y territorios, bienes comunes y conocimientos, a un costo mínimo, pagando a los Estados cuotas simbólicas a cambio de la quimera del empleo y el consumo y, por otro lado, la neocolonialidad es una serie de propagandas para aceptar, asimilar, interiorizar, demandar productos, manufacturas, sistemas de comunicación, que enriquecen a las grandes ciudades y producen millones de hambrientos y desposeídos tierra adentro. Entre estos dos procesos se encuentra México atrapado. Buscando un camino alterno.
http://www.jornada.unam.mx/2013/04/20/cam-modelo.html