Publicado por Juvenal González en junio 27, 2013 en Periscopio |
Vivimos en una época peligrosa. El ser humano ha aprendido a dominar la naturaleza mucho antes de haber aprendido a dominarse a sí mismo.
Albert Schweitzer
Sin discusión que valga, la grandeza de los imperios se ha cimentado
siempre sobre la explotación y el atraco de los pueblos conquistados o
subordinados. Estableciendo abusivos tributos, los conquistadores se
apropian del producto del trabajo de los colonizados, ya sea en
especie o en moneda. Pero donde el afán de riqueza maltrata con mayor
severidad a países y comunidades es en la irracional explotación de
sus recursos naturales, renovables y no renovables.
El arrasamiento de bosques y selvas, el despilfarro, contaminación y
agotamiento de fuentes acuíferas; la contaminación del aire; la
destrucción de arrecifes y manglares, y una interminable lista de
crímenes contra el equilibrio y la salud ambientales han generado un
desorden ecológico cuyas consecuencias finales son impredecibles, pero
cuyos augurios son terribles.
Mención especial merece la explotación minera, porque en ella se
concatenan las peores amenazas para el bienestar y la propia
sobrevivencia de la especie humana. Es cierto que los minerales son y
han sido fundamentales para el desarrollo. No se concibe actividad
científica, económica o domestica sin su presencia. Esa omnipresencia
exige cantidades cada vez mayores y de mejor calidad y hace de la
industria minera, encargada de extraerlos y procesarlos, una de las
actividades más lucrativas de la historia.
El peninsular Arturo Pérez Reverte, en El oro del rey, relata
magníficamente la pública algarabía con que la nobleza española
recibía, ya en Cádiz o Sevilla, los galeones cargados de oro y plata
provenientes de sus colonias americanas. Describe la importancia vital
de tales riquezas para el financiamiento de las guerras que España
libraba contra casi toda Europa, así como la dependencia de la nobleza
española (tan parasitaria que consideraba el trabajo ya no como un
castigo, sino como una ofensa) de los metales americanos para sufragar
su ridícula opulencia, y, finalmente, de la corrupción e ineptitud del
gobierno para administrar la abundancia. Igual o parecido era en
Inglaterra, Francia, Holanda y demás potencias europeas. Luego se
valían de piratas y corsarios para robarse unas a otras. Nada nuevo
bajo el sol.
Lo cierto es que hoy la industria minera es tan o más poderosa que en
los tiempos coloniales. En México constituye, junto con el petróleo y
las remesas, la principal fuente de divisas, y representa alrededor de
5 por ciento del PIB. Sólo durante el régimen de Calderón y sus cuates
se otorgaron más de 26 mil concesiones mineras, el Grupo México se
colocó en el top ten de la minería mundial y su ínclito dueño, Germán
Larrea, ascendió en las listas de Forbes. ¿Cuánto se habrán llevado
“por fuera” el propio Calderón, Ferrari, Lozano, Cordero y demás
cuatachines? Porque ya se vio que para gobernar los panistas son una
calamidad, pero para la lana son unos genios.
El otro hecho es que la minería se convirtió en una gran fuente de
problemas sociales. El Observatorio de Conflictos Mineros de América
Latina (www.conflictosmineros.net) reporta que numerosas comunidades
indígenas de Puebla, Morelos, San Luis Potosí, Zacatecas, Oaxaca,
Michoacán y Guerrero, entre otros estados, se confrontan con diversas
empresas mineras empeñadas en usufructuar de cualquier manera sus
recursos.
En Zacatecas, por ejemplo, “245 localidades están expuestas a algún
tipo de riesgo por la presencia de minas, de acuerdo con el Atlas de
Peligros por Fenómenos Geológicos del Estado de Zacatecas”.
Y en Puebla, varios municipios de la Sierra Norte, como Cuetzalan,
Huitzilan, Hueytamalco, Ixtacamaxtitlán, Olintla, Xochitlán de Vicente
Suárez, Zacapoaxtla, Zapotitlán de Méndez y Zautla tienen conflictos
con compañías mexicanas cómo Grupo Frisco y Grupo México, así como con
otras extranjeras de origen canadiense.
Ante la ausencia de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los
Pueblos Indígenas (CDI), se ha hecho presente en la zona de conflicto
la recién creada Comisión para el Diálogo con los Pueblos Indígenas de
México, a través de su comisionado, Jaime Martínez Veloz, con quien se
han sentado algunas bases para la discusión y solución de los
diferendos entre mineras y comunidades.
Frente a los constantes problemas generados por la arbitrariedad de
las mineras, la Suprema Corte de Justicia de la Nación aprobó un
Protocolo de actuación para quienes imparten justicia en casos que
involucren derechos de personas, comunidades y pueblos indígenas. En
él se definen las bases legales y constitucionales que reconocen y
defienden los derechos de las comunidades indígenas sobre sus recursos
y los requisitos que deben cubrir las mineras para poder explotar esos
recursos.
Y uno de los requisitos indispensables es la consulta y aprobación de
la propia comunidad, sin las cuales toda actividad de las mineras es
ilegal.
Este es el mejor camino para impedir que se continúen los aterradores
métodos de extraer, saquear y depredar, que obviamente sólo benefician
a las mineras y despojan a las comunidades indígenas de una de las
pocas opciones que tienen para salir de la pobreza, el aprovechamiento
sustentable de sus recursos.
Cheiser: Como en los peores tiempos de la “Guerra Fría” Estados Unidos
saca el garrote para amenazar a los países que, en pleno uso de su
soberanía, decidan proteger a Edward Snowden, cuyo único delito fue
dejar a los halcones gringos con las nalgas al aire, dando a conocer
el intolerable espionaje que el gobierno ejerce sobre sus propios
ciudadanos. Uno de los periodos más tristes y lamentables de Estados
Unidos fue el vivido bajo el macartismo. Parece que la mayoría no
aprendió la lección y a quienes sí la aprendieron los acusan de
“traidores” y los entamban. La vida circular.