El Ángel Exterminador • 28 Mayo 2012 – 3:47am — Óscar Ocampo Vilchis
¿Cuál es la forma más eficaz de protestar contra el corporativismo perverso?: con el apoyo de artistas con más arraigo popular que cualquier políticucho y, claro, con la ayuda de otras corporaciones.
Foto: Isaa Esquivel/ Cuartoscuro
México • El colectivo Aho, integrado por artistas, músicos, ecologistas y activistas encabezados por Rubén Albarrán de Café Tacuba, fue el responsable del este “pequeño Vive Latino” a favor de la amenazada zona de Wirikuta.
¿Wiri qué? Resulta que el gobierno federal en su infinita ingenuidad o en su enorme servilismo (piense lo más le acomode, pero piense mal) otorgó varias concesiones de explotación minera a la empresa canadiense Majestic Silver. El problema es que la zona que se pretende explotar es precisamente el sitio más sagrado para los pueblos huicholes: Wirikuta, un área de 45 mil hectáreas entre San Luis Potosí y Zacatecas, lugar donde nació el sol y donde habitan los dioses, según la cosmogonía de los wixárrica (en español, los huicholes).
Así fue como se dio la conveniente corporatización de los huicholes, o la huicholización de las corporaciones. Quién podía vender el boletaje si no Ticketmaster, quién haría mejor trabajo de logística sino Ocesa, en dónde se podrían embutir con comodidad a 60 mil cuerpos sino en el Foro Sol. La realidad es que, guste o no, de manera independiente sería muy difícil o imposible obtener la voz y los recursos que se consiguieron en este festival.
Wirikuta no se vende
El festival entonces, resultó un éxito para los intereses de todos. En un escenario principal y otro secundario, 18 bandas hicieron gozar de lo lindo a un segmento de la juventud mexicana, que entre baile y baile protestaban por la injusticia contra el pueblo wixárrica. Otros arrastrados por la inercia de las protestas estudiantiles, algunos tan sólo hambrientos de escuchar música en vivo y ansiosos por sacudirse la nauseabunda sobresaturación de las campañas políticas, que se resumían en el propósito de “cantar y chupar”.
Entre todos ellos, cientos de huicholes disfrutaron de la fiesta organizada en su honor. Indígenas provenientes de San Luis Potosí, Nayarit, Jalisco, Zacatecas y Durango, todos portando sus calzones de manta con figuras multicolores bordadas, sombreros con chaquira y huaraches, fundidos entre la multitud, escuchado con curiosidad la música de Ely Guerra y las consignas de Amandititita,
Entre ellos estaba Joaquín, quien dijo venir de Nayarit y que hasta ese día no había visto un lugar tan monumentalmente arquitectónico como el Foro Sol. Con su celular, como un arma semiautomática, disparaba una foto tras otra. Una al escenario, otra a sus dos hermanas, una más al escenario, otra a la multitud.
“Estoy muy contento y estamos muy agradecidos por lo que están haciendo por nosotros y por Wirikuta”, comenta. “Es una vacilada eso de que quieran vender el territorio sagrado, es como si alguien encontrara oro debajo de la basílica de Guadalupe y la quisieran destruir y vender”
—¿Te gusta la anarcocumbia? —le pregunto.
—La verdad casi no, es simpática la Amandita, pero no entendemos mucho todo lo que quiere decir, pero está bueno el ambiente—. Sus dos hermanas se ríen.
El escenario principal vio el ocaso del inclemente sol que a todos bronceó. Ríos de cerveza buscan apaciguar los efectos del calor. Por una tarima desfiló El Venado Azul, un cuarteto de huicholes que tuvieron gran aceptación de los asistentes que ya comenzaban a poblar el diamante beisbolero del Foro Sol.
Allí mismo siguió Julieta Venegas y luego el colectivo Aho, que interpretó una canción compuesta especialmente para la comunidad de Cherán (que también está defendiendo sus bosques), con ellos se apersonó Javier Sicilia que pidió un minuto de silencio por los miles de muertos por la violencia en este sexenio pues, como otras veces, dijo que el silencio puede ser el arma más poderosa. Aunque, dentro de la colección de consignas, la favorita, fue “Wirikuta no se vende, se ama y se defiende”, que se repitió hasta la náusea.
La noche se dejó caer sobre los 60 mil que ya observaban el escenario principal donde Calle 13 aprovechó la oportunidad de manifestar que lo que estaba ahí pasando “está pasando en toda América Latina”. René, el vocalista, escribió un “Yo soy 132” escrito en su espalda. Le siguió Café Tacuba, siempre adorado por la chilangada que aplaudió a Rubén cuando sentenció que parecía estábamos llegando a “la venta total del fin del mundo”.
Para cerrar, Enrique Bunbury inició su show de una hora leyendo un breve discurso en el que, lo que más emocionó fue su remate: “al mexicano se le respeta, su lugar y su condición, su filosofía y sus costumbres”, enseguida y para dar fin a una tarde repleta de consignas, Caifanes se subió a hacer lo de siempre, con un desganado espectáculo, pésimo audio y los inaudibles aullidos de Saúl Hernández.
Pero ya poco caso le hacían pues en el inconsciente de los espectadores, artistas —comprometidos o no—, quedó grabado el “Wirikuta no se vende…”
http://www.milenio.com/cdb/doc/noticias2011/01d491b951dc5336af0388c308c19d14