Aunque el extractivismo como modelo industrial de apropiación de recursos no es novedoso, en Mesoamérica se observa una aceleración de dicha práctica que derriba las fronteras nacionales y aflige a comunidades bajo un denominador común de destrucción irreversible de la naturaleza y los bienes comunes.
El integrante de
Otros Mundos Chiapas, parte de Amigos de la Tierra, Gustavo Castro Soto, enumera las diversas formas de extracción a las que se enfrentan las comunidades en México, desde su fuerza de trabajo, sus semillas tradicionales y medios de vida hasta el agua y la energía generando así “economías de enclave” donde las únicas beneficiadas son las empresas. “Una industrialización en que se eliminan costos y se aumentan las ganancias a costa de extraer materias primas y explotar a los trabajadores” es hoy el patrón común en varios países de Mesoamérica, indica. Allí el dato novedoso, que quedara de manifiesto también en el marco del Encuentro, realizado entre el 17 y el 20 de enero en Capulálpam de Méndez, en el estado mexicano de Oaxaca, es la aceleración del proceso de manos de transnacionales de distintos rubros pero bajo un mismo modo de operar. El modelo paradigmático en ese sentido son las mineras de origen canadiense principalmente. En el Encuentro participaron compartiendo sus experiencias de resistencia organizaciones y redes provenientes de Honduras, Guatemala, El Salvador, Canadá y México. “Básicamente el 70 u 80 por ciento de la industria minera es a cielo abierto, lo que significa que deben destruir bosques, no se regenera la naturaleza y se produce drenaje ácido que eso es hablar de miles de años, sin hablar del desplazamiento de población”, indicó Gustavo Castro entrevistado en Capulálpam de Méndez por nuestra compañera colaboradora de
Radio Mundo Real Mónica Montalvo. El activista ecologista vinculó la presencia de las mineras, de un lado, sostenida firmemente por redes de regulaciones que buscan preservar y salvaguardar los intereses empresarios, con la violencia y la represión estatal y para-estatal a quienes plantean resistencia al verse directa o indirectamente afectados. “Las demandas de estas mineras son por cientos de millones de dólares. Si los gobiernos se hicieran eco de las demandas de las comunidades y decidieran cerrar una mina les caen demandas para pagar las cuales deberían vender al país mil veces”, graficó. Así es que “no hay país donde no haya resistencia y mucha violencia” en torno a la minería, agrega Gustavo.
Candados preventivos
Asimismo, sobre las estrategias a seguir, Gustavo Castro señala que de las experiencias compartidas surge con claridad que el método hoy más efectivo es la prevención, dado que una vez instaladas las inversiones resulta muy dificultoso y doloroso en costos humanos su anulación y más aún la recuperación de las zonas afectadas. “Es por ello que las comunidades están reaccionando, despertando y buscando colocar candados sobre su territorio que evite la llegada de inversiones. Cuando éstas ya llegan es mucho más difícil”, concluyó el ambientalista mexicano en la entrevista. En la experiencia mexicana y mesoamericana de resistencia han nacido articulaciones como la REMA (Red Mexicana de Afectados por la Minería) y el M4 que es el Movimiento Mesoamericano contra el Modelo Extractivo Minero. Gustavo, que integra ambas experiencias, augura que el gobierno mexicano va a intentar legislar para quebrar las resistencias territoriales y llamó la atención sobre la próxima negociación y aprobación de un Tratado Transpacífico que, adelanta, resultará aún más lesivo para las poblaciones que el propio y frustrado del Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA). Entrevista de Mónica Montalvo para Radio Mundo Real. Foto: MAJLOC