Hercilia Castro

Guicho, Matías, Tomasa, Erica y Pedro se embarcan antes del mediodía, como desde hace cuarenta años, desde el muelle de Playa Linda para ir a La Isla a trabajar en el restaurante El Marlín. Suben a la lancha, garrafones de agua, de gasolina, comida para los empleados y los conejos y venados que hay en ese lugar. Cumplen su rutina laboral, con la diferencia de que las playas están cerradas desde hace una semana como medida de mitigación y control de la pandemia, y, por lo tanto, no hay trabajo.

Dedican estos días sin clientes a labores de mantenimiento. El dueño del Marlín, Pedro Serrano, les sigue pagando a pesar de la ausencia de turistas. Pero está preocupado porque sabe que solo podrá mantener un mes a sus empleados. Después, no sabe qué hará.

Frente al restaurante, se observa el yate Eulalia, donde cinco tipos con pinta de funcionarios se abrazan para que, el que seguramente es su empleado, les haga fotos. En el piso de abajo, una mesera sube unas charolas con bebidas, y otros sirven algo que parecen ser bocadillos. Después de la foto, la embarcación se acerca al muelle de Playa Coral, un muelle que construyeron Pedro Serrano y otros restauranteros hace unos cuarenta años.

Matías explica que cuando es temporada alta, han llegado a trabajar en el restaurante de su abuelo, hasta cuarenta personas; ahora solo van unos veinticinco, pues algunos de los trabajadores de Serrano han decidido irse a sus pueblos. Pedro tiene empleados de varias partes de la entidad. Chilapa, Petatlán, La Correa, Barrio Viejo (ambos de Zihuatanejo), El Fortín, Ayutla (Costa Chica) y Chilpancingo. De todo el estado llegan paisanos a trabajar en las playas de Azueta, con la esperanza de mejorar su vida con la derrama económica que deja el turismo.

Playa Coral, que lleva su nombre por los corales marinos que aún hay en esa zona, es una de las más visitadas en temporada vacacional. La Isla se conforma de tres playas: Cuachalalate, Varadero y Coral. Son las tres playas más límpidas del puerto. Sus aguas cristalinas y de varias tonalidades de azul fascinan al turista que pasea en ellas. Hay venados, conejos, iguanas, zanates, zopilotes y armadillos, entre otras especias, que son atractivos a los ojos del turista curioso.

A pesar de que La Isla está alejada, sus diez restauranteros han tratado de conservar el lugar limpio; está considerada como zona prioritaria por su gran biodiversidad. Y los mismos restauranteros han establecido reglas básicas para mantenerla a salvo, como no tirar basura, no llevarse las especies endémicas, no alimentar a los peces, entre otras.

En cada uno de los diez restaurantes, el personal llega a ser hasta de cuarenta personas, un promedio de cuatrocientas familias que se benefician del turismo. Los patrones y los trabajadores de la La Isla empiezan su día desde las seis de la mañana en Zihuatanejo, donde vive la mayoría. A esa hora se reúnen para ir a comprar los víveres y después abordan la lancha que los llevará a La Isla.

A Tomasa, la jefa de cocina del Marlín, le entristece que no hay Semana Santa, pero su mayor preocupación en estos momentos es pensar que si se queda sin empleo por la emergencia que se vive, no tendrá dinero para subsistir. Dice que las despensas que dio el presidente municipal Jorge Sánchez Allec no alcanzan ni para pasar la semana. «Una sopa de pasta, un arroz, frijol, un Nescafé, aceite y una Minsa. ¿Qué nos va a servir esa despensa?». Tomasa vive en una colonia irregular, de ésas a las que jamás llegarán servicios; de calles abruptas, intransitables, donde las casas se van construyendo poco a poco, como si fueran nidos de aves, con cartón, madera, si acaso lámina galvanizada. Pocas son de «material», por lo regular, las de los líderes de la colonia.

Para las dos de la tarde comienzan a llegar otros yates, veleros y lanchas rápidas. No son del puerto. Sus navegantes son gente opulenta, como la señora estilo Las Lomas, con senos operados y ropa de playa costosa que contó brevemente a Inés que estarán una semana en La Isla. Un guarura se acerca, y ella, desconfiada, corta la plática. Poco después, llegan sus hijos en motos acuáticas, y ella sube a una de ellas con su perro bóxer, que igual, disfruta la cuarentena.

Los restaurantes de Playa Cuachalalate están cerrados. La foto es tan inusual, porque incluso en temporada baja hay gente, hay lancheros, meseros, cocineros, trabajadores, restauranteros, prestadores de servicios deportivos. Ahora todo luce solitario, a excepción de un restaurante al cuidado de dos hombres. Pronto, llega una lancha rápida con turistas felices por el clima tan soleado y la calidez del mar. Una escultural chica tiende su pareo en la borda de la lancha y se tira a disfrutar el sol con sus gafas de moda y su sombrero estilo Desayuno en Tiffanys; luego, pasan unos chicos practicando esquí acuático.

La Isla, al igual que otras playas en Zihuatanejo, fue defendida por sus pobladores en 2005. Se enteraron de que los hijos de Martha Sahagún, la esposa del entonces presidente Vicente Fox Quezada, querían hacer un parque de diversiones en esa zona, con una tirolesa que abarcaría desde Playa Linda hasta ese islote. La defendieron y lograron mantener su área de trabajo, el mar que les da de comer.

Pedro platica que uno de sus trabajadores fue víctima de la emboscada en Mexcalcingo, en enero de este año, en la cual diez músicos fueron asesinados e incinerados. Fue uno de ellos, «pero solo acompañaba», dice. Fue al bautizo de su hija, lo mataron un día antes y la fiesta se convirtió en luto.

De regreso, pasamos junto a los yates y veleros; alcanzamos a ver una mesita llena de botellas y los señores disfrutando. Después nos enteramos que el Eulalia no es de ricos «sino lo que le sigue y más allá».

«Sus hijos se bañan en el barco con botellas carísimas de champaña, el puro derroche de dinero de los juniors. También tienen aviones particulares», dicen los lancheros que trabajan en la zona. Y como no, si el yate Eulalia es de la marca Azimut, que tiene un precio de cincuenta y seis millones de pesos.

Mientras los ricos violan el Decreto Oficial de Emergencia Nacional que prohíbe las actividades recreativas y deportivas y traslados a terceros como medidas de mitigación y control del coronavirus, y pescan con cañas de lujo, en todo el puerto comienza una pesadilla. El decreto permite las actividades básicas, como la pesca; sin embargo, a los lugareños desempleados y a los pescadores porteños que no tienen para un yate, la Guardia Nacional, la Policía Estatal, la Policía Turística y la Municipal, los persiguen como si fueran delincuentes.

La cuarentena de los ricos es más llevadera que la de los pobres zancas. Una abismal diferencia.

http://trinchera-politicaycultura.com/informacion/1104/vacaciones-para-los-ricos-zozobra-para-los-trabajadores.html